
La historia del DDT ilustra la falacia fundamental de las medidas circunstanciales. Cuando se lo inventó y
comenzó a aplicar, era él mismo una medida circunstancial. En 1939 se descubrió que esa substancia era
un insecticida (y el descubridor ganó el Premio Nobel). Los insecticidas hacían falta: a) para aumentar la
producción agrícola y b) para salvar a algunas personas, especialmente a las tropas que estaban en
ultramar, de la malaria. En otras palabras, el DDT era una cura sintomática para problemas conectados con
el incremento de la población.
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